La Unción y la Predicación
Por E. M. Bounds
Habla por la eternidad. Sobre todas las cosas cultiva tu
propio espíritu. Una palabra que hables con tu conciencia clara y tu corazón
lleno del Espíritu de Dios vale diez mil palabras enunciadas en incredulidad y
pecado. Recuerda que hay que dar gloria a Dios y no al hombre. Si el velo de la
maquinaria del mundo se levantara, cuánto encontraríamos que se ha hecho en
respuesta a las oraciones de los hijos de Dios.
Robert McCheyne
La unción es la
cualidad indefinible e indescriptible que un antiguo y renombrado predicador
escocés describe de esta manera: "En ocasionas hay algo en la predicación
que no puede aplicarse al asunto o a la expresión, ni puede explicarse lo que
es ni de dónde viene, pero con una dulce violencia taladra el corazón y los
afectos y brota directamente del Señor. Si hay algún medio de obtener este don
es por la disposición piadosa del ardor".
La llamamos
unción. Esta unción es la que hace Palabra de Dios "Viva y eficaz, y más
cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el
espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las
intenciones del corazón". Esta unción es la que da a las palabras del
predicador precisión, agudeza y poder y la que agita y despierta las
congregaciones muertas. Las mismas verdades han sido dichas en otras ocasiones
con la exactitud de la letra, han sido suavizadas con el aceite humano; pero no
ha habido señales de vida, no ha habido latido del pulso; todo ha permanecido
quieto como el sepulcro y como la muerte. Pero si el predicador recibe el
bautismo de esta unción, el poder divino está en él, la letra de la Palabra ha sido
embellecida y encendida por esta fuerza misteriosa, y empiezan las
palpitaciones de la vida, la vida que recibe a la vida que resiste. La unción
penetra y convence la conciencia y quebranta el corazón.
Esta unción divina
es el rasgo que separa y distingue la genuina predicación del evangelio de
todos los otros métodos de presentar la verdad que abren un abismo espiritual
entre el predicador que la posee y el que no la tiene. La verdad revelada está
apoyada e impregnada por la energía divina. La unción sencillamente pone a Dios
en su palabra y en su predicador. Por medio de una grande, poderosa y continua
devoción la unción se hace potencial y personal para el predicador; inspira y
clarifica su inteligencia, le da intuición, dominio y poder; imparte al
predicador energía del corazón que es de más valor que la energía intelectual;
por ella brotan de su corazón la ternura, la pureza, la fuerza. Esta unción
produce los frutos de amplitud de miras, libertad, pensamiento vigoroso,
expresión sencilla y directa.
A menudo se
confunde el fervor con esta unción. El que tiene la unción divina será
fervoroso en la misma naturaleza espiritual de las cosas, pero puede haber una
gran cantidad de fervor sin la más leve mezcla de unción. El fervor y la
unción se parecen desde algunos puntos de vista. El entusiasmo puede fácilmente
confundirse con la unción. Se requiere una visión espiritual y un sentido
espiritual para discernir la diferencia.
El entusiasmo
puede ser sincero, formal, ardiente y perseverante. Emprende un fin con buena
voluntad, lo sigue con constancia y lo recomienda con empeño; pone fuerza en
él. Pero todas estas fuerzas no van más alto que lo mero humano. El hombre está
en ellas, todo lo que es el hombre completo de voluntad y corazón, de cerebro y
genio, de voluntad, de trabajo y expresión hablada. Él se ha fijado un
propósito que lo ha dominado y se esfuerza por alcanzarlo. Puede ser que en sus
proyectos no haya nada de Dios o haya muy poco por contener tanto del hombre.
Hará discursos en defensa de su propósito ardiente que agraden, enternezcan o
anonaden con la convicción de su importancia; y sin embargo, todo este
entusiasmo puede ser impulsado por fines terrenales, empujado únicamente por
fuerzas humanas; su altar hecho mundanamente y su fuego encendido por llamas
profanas. Se dice de un famoso predicador de mucho talento que construía la Escritura tan a su modo,
que se "hizo muy elocuente sobre su propio exégesis". Así los hombres
se hacen excesivamente solícitos en sus propios planes o acciones. Algunas
veces el entusiasmo es egoísmo disimulado.
¿Qué es unción? Es
lo indefinible que constituye una predicación. Es lo que distingue y separa la
predicación de todos los discursos meramente humanos. Es lo divino en la
predicación. Hace la predicación severa para el que necesita rigor; destila
como el rocío para los que necesitan ser confortados. Está bien descrita como
una "espada de dos filos, templada por el cielo, que hace doble herida,
una muerte al pecado, otra de vida al que lamenta su maldad; provoca y aplaca
la lucha, trae conflicto y paz al corazón". Esta unción desciende al
predicador no en su oficina sino en su retiro privado. Es la destilación del
cielo en respuesta a la oración. Es la exhalación más dulce del Espíritu Santo.
Impregna, difunde, suaviza, filtra, corta y calma. Lleva la Palabra como dinamita,
como sal, como azúcar; hace de la
Palabra un confortador, un acusador, un escrutador, un
revelador; hace al creyente un culpable o un santo, lo hace llorar como un niño
y vivir como un gigante; abre su corazón y su bolsillo tan dulcemente y al
mismo tiempo tan fuertemente como la primavera abre sus hojas. Esta unción no
es el don del genio. No se encuentra en las salas de estudio. Ninguna
elocuencia puede traerla. Ninguna industria puede logarla. No hay manos
episcopales que puedan conferirla. Es el don de Dios, el sello puesto a sus
mensajeros. Es el grado de nobleza impartido a los fieles y valientes escogidos
que han buscado el honor del ungimiento por medio de muchas horas de oración
esforzada y llena de lágrimas.
El entusiasmo es
bueno e impresionante; el genio es grande y hábil. El pensamiento enciende e
inspira, pero se necesita el don más divino, una energía más poderosa que el
genio, la vehemencia o el pensamiento para romper las cadenas del pecado, para
convertir a Dios los corazones extraviados y depravados, para reparar las brechas
y restaurar la iglesia a sus antiguas prácticas de pureza y poder. Sólo la
unción santa puede lograr esto.
¿Cómo? Por el
Espíritu Santo morando en toda su plenitud en la vida del ministro del
evangelio. Es una obra de Dios.
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