Orad sin Cesar
Por E. M. Bounds
Dadme cien predicadores que no teman más que al pecado, que no deseen más que a Dios, no importa si son clérigos o laicos; solamente ellos conmoverán las puertas del infierno y establecerán el reino de los cielos sobre la tierra. Dios no hace nada sino en respuesta a la oración.
Juan Wesley
Los apóstoles
conocían la necesidad y el valor de la oración para su ministerio. Ellos sabían
que su gran comisión como apóstoles, en lugar de revelarlos de la necesidad de
la oración, los obligaba con más urgencia; de modo que eran excesivamente
celosos en conservar su tiempo para ese trabajo y que nada les impidiese orar
como debían; por eso señalaron laicos que atendieran los deberes delicados y
absorbentes de ministrar a los pobres, para que ellos (los apóstoles) pudieran,
sin impedimento, "persistir en la oración y en el ministerio de la
palabra". Se asignó a la oración el primer lugar y la relación que le
atribuyeron fue de las más fuertes, "persistir" (entregarse a ella),
estar ocupados y rendidos a la oración con fervor, con empeño y dedicación.
¡Con cuanta
santidad los hombres apostólicos se dedicaron a esta obra divina de la oración!
"Orando en todo tiempo", es la opinión en que coincide la devoción
apostólica... ¡Cómo estos predicadores del Nuevo Testamento se entregaron por
completo a la oración por el pueblo de Dios! ¡Cómo pusieron a Dios con su poder
en las iglesias por sus oraciones! Estos santos apóstoles no se imaginaban
vanamente que habían cumplido sus altos y solemnes deberes con interpretar
fielmente la Palabra
de Dios, sino que fijaban su predicación por medio del ardor y la insistencia
de sus plegarias. La oración apostólica era tan exigente, tan laboriosa e
imperativa, como la predicación apostólica. Oraban mucho de día y de noche para
conducir a su pueblo a las regiones más altas de fe y de santidad. Oraban mucho
más para mantenerlos en esta elevada altura espiritual. El predicador que nunca
ha aprendido en la escuela de Cristo el arte superior y divino de la
intercesión por su pueblo, nunca aprenderá el arte de la predicación aunque se
vacíen sobre él toneladas de homilética y aunque posea el genio más elevado
para hacer y exponer sermones.
Las oraciones de
los santos líderes apostólicos han influido mucho para el perfeccionamiento de
los que no tienen el privilegio de ser apóstoles. Si los líderes de la iglesia
en años posteriores hubieran sido tan cumplidos y fervientes en la oración por
su pueblo como lo fueron los apóstoles, los tiempos tristes de la mundanalidad
y apostasía no habrían echado un borrón en la historia que eclipsó la gloria y
detuvo el avance de la iglesia. La oración apostólica hace santos apostólicos
de los tiempos apostólicos y preserva en la iglesia la pureza y el poder.
¡Qué elevación de
alma, qué limpidez y excelsitud de motivo, qué abnegación y sacrificio, qué
intensidad de esfuerzo, qué ardor de espíritu, qué tacto divino, se requieren
para ser un intercesor de los hombres!
El predicador
tiene que entregarse a la oración por su pueblo, no simplemente para que sea
salvado, sino para que sea salvado poderosamente. Los apóstoles se postraban en
oración para que sus santos fueron hechos perfectos; no para que se sintieran
ligeramente inclinados a Dios sino para "que fueran llenos de toda la
plenitud de Dios". Pablo no se apoyaba en su predicación para conseguir
este fin, antes "por esta causa doblaba sus rodillas al Padre de Nuestro
Señor Jesucristo". La oración de Pablo conducía a sus convertidos más allá
en el camino de la santidad que su misma predicación. Epafras hizo tanto o más
con sus oraciones por los santos de Colosas que por medio de su predicación. Se
esforzó fervientemente, siempre en oración, para que "permanecieran
perfectos y completos en toda la plenitud de Dios".
Los predicadores
son preeminentes los guías del pueblo de Dios. Son responsables principalmente
de la condición de la iglesia; moldean su carácter, dan expresión a su vida.
Mucho depende de
esto líderes, ellos dan forma a los tiempos y a las instituciones. La iglesia
es divina, el tesoro que encierra es celestial, pero lleva el sello humano. El
tesoro está en vasos terrenos y toma el sabor de la vasija. La iglesia de Dios
hace a sus líderes o es hecha por ellos; sea que la iglesia los haga, o bien
que sea hecha por ellos, la iglesia será lo que son sus líderes: espiritual si
ellos lo son, secular si lo son ellos, unida si ellos lo están. Los reyes de
Israel imprimieron su carácter sobre la piedad del pueblo. Una iglesia rara vez
se rebela en contra o se eleva por encima de la religión de sus jefes. Los
líderes muy espirituales, que guían con energía santa, son prueba del favor de
Dios; el desastre, la falta de vigor, siguen la estela de los líderes débiles o
mundanos. Israel había sufrido un gran descenso cuando Dios le dio niños por
príncipes y bebés por gobernantes. Ningún estado de prosperidad predicen los
profetas cuando los niños oprimen al Israel de Dios y las mujeres lo gobiernan.
Los tiempos de dirección espiritual son de grande prosperidad para la iglesia.
La oración es una
de las características principales de una fuerte dirección espiritual. Los
hombres de oración poderosa son hombres de energía que plasman los
acontecimientos. Su poder para con Dios es el secreto de sus conquistas.
¿Cómo puede
predicar un hombre sin obtener en su retiro un mensaje directo de Dios? ¡Ay de
los labios del predicador que no son tocados por esa llama del altar! Las
verdades divinas nunca brotarán con poder de esos labios secos y sin unción. En
lo que concierne a los intereses reales de la religión, un púlpito sin oración
será siempre estéril.
Un hombre puede
predicar sin oración de una manera oficial, agradable y elocuente, pero hay una
distancia inconmensurable entre esta clase predicación y la siembra de la
preciosa semilla con manos santas y corazón empapado de angustia y oración.
Un ministerio sin
oración es el agente funerario de la verdad de Dios y de la iglesia de Dios.
Aunque tenga un ataúd costoso y las más hermosas flores no es más que un
funeral a pesar de los bellos adornos. Un cristiano sin oración nunca aprenderá
la verdad de Dios; un ministerio sin oración nunca será apto para enseñar la
verdad de Dios. Se han perdido siglos de gloria milenaria para una iglesia sin
oración. El infierno se ha ensanchado y ha abierto su boca en la presencia del
servicio muerto de una iglesia que no ora.
La mejor y mayor
ofrenda es una ofrenda de oración. Si los predicadores del siglo XX aprendieran
bien la lección de la oración y usaran ampliamente de su poder, el milenio
tendría su día antes de terminar la centuria. "Orad sin cesar" es la
llamada de la trompeta a los predicadores del siglo XX. Si esta época los
contempla extrayendo de la meditación y la oración sus textos, sus
pensamientos, sus palabras y sus sermones, el nuevo siglo encontrará un nuevo
cielo y una nueva tierra. La tierra manchada por el pecado y el cielo eclipsado
por la iniquidad desaparecerán bajo el poder de un ministerio que ora.
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