Sigamos Ardorosamente en Pos de Dios
Por A.W. Tozer
Mi alma sigue ardorosa en
pos de ti;
tu diestra me ha sostenido.
Salmos 63:8 V. M.
La teología
cristiana enseña la gracia preveniente, que, dicho brevemente, significa que el
hombre, antes que busque a Dios, Dios está buscándole.
Antes que el hombre pueda pensar bien acerca de Dios, debe haber en él
una iluminación interior. Esta puede ser imperfecta, sin embargo, el hecho
existe y es la causa de todos los anhelos, búsquedas y oraciones subsiguientes.
Buscamos a Dios porque él ha puesto en nosotros deseos de dar con él.
"Nadie puede venir a mi —dijo el Señor Jesús- si mi padre celestial no le
trajere" Y es esa atracción de Dios lo que nos quita todo vestigio de mérito
por haber acudido a él. El impulso de salir en busca de Dios emana del propio
Dios, pero el resultado de dicho impulso es que sigamos ardorosamente en pos de
él. Y mientras andamos en pos de él, estamos en sus manos. "Tu diestra me
ha sostenido" Salmos 63:8 V.M.
En este sostén divino, y seguimiento humano no hay contradicción alguna,
porque como dice von Hugel, Dios es siempre previo Pero en la práctica (esto
es, cuando el hombre responde a la obra de Dios) el hombre debe salir en busca
de Dios. Debe haber de nuestra parte una respuesta recíproca a la atracción de
Dios, si queremos disfrutar de la experiencia. Este interés, este anhelo
ferviente, lo tenemos expresado en el Salmo 42, donde dice "Como el siervo
brama por las corrientes de las aguas, así clama por tí, oh Dios, el alma mía.
Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo. ¿Cuándo vendré, y compareceré delante
de Dios?" Este es un profundo llamado a lo profundo, y así lo entenderá
el corazón anhelante.
La doctrina de la justificación por la fe -verdaderamente bíblica y
bendita liberación del legalismo estéril y los vanos esfuerzos personales- ha
caído en nuestros días en mala compañía. Muchos la han interpretado en manera
tal que ha formado una barrera entre el hombre y el conocimiento de Dios. Todo
el procedimiento de la conversión religiosa ha llegado a ser una cosa mecánica
y sin espíritu. La fe, según dicen, puede llegarse a ejercer sin que tenga
nada que ver con los actos de la vida, y sin turbar para nada al yo adámico. Se
puede "recibir" a Cristo sin entregarle el alma ni tenerle amor
alguno. El alma es salvada, pero no llega a sentir hambre y sed de Dios. Los
que sostienen tal doctrina reconocen que el alma es capaz de contentarse con
muy poco.
El hombre de ciencia moderno ha perdido a Dios entre las maravillas de su
mundo. Nosotros los cristianos
corremos peligro de perder a Dios entre las maravillas de su Palabra. Casi
hemos olvidado que Dios es Persona, y que, por tanto, puede cultivarse su
amistad como la de cualquier persona. Es propio de la persona conocer a otras
personas, pero no se puede conocer a una a través
De un solo encuentro. Solo al cabo de prolongado trato y compañerismo se
logra en pleno conocimiento.
Toda relación social entre los seres humanos se origina en el trato
personal de unos con otros. A veces comienza con un encuentro casual, pero con
el trato continuo dicho encuentro fugaz se convierte en la más íntima amistad.
La religión, siempre que sea genuina, es la respuesta que dan las personas
creadas al Creador. "Esta, empero, es la vida eterna, que te conozcan el
solo Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado."
Dios es persona, y en las profundidades de su poderosa naturaleza
piensa, tiene deseos, goces, sentimientos, amor y padecimientos, como puede
tenerlos cualquier otra persona. Para darse a conocer a nosotros se nos presenta
como una persona. Se comunica con nosotros por medio de nuestra mente, nuestra
voluntad y nuestras emociones. El intercambio continuo e ininterrumpido de amor
y pensamiento entre Dios y el alma creyente, es el corazón palpitante de la
religión del Nuevo Testamento.
Conocemos esta relación personal entre Dios y el alma por medio de la
conciencia que tenemos de ello. Se trata de algo personal, que no nos llega por
conducto de un grupo de creyentes, sino que cada persona, individualmente,
sabe lo que es. El conjunto se entera de ello por medio de las personas que lo
forman. Y la persona es bien conciente de ello, porque es imposible que el
alma no se entere de ello, como ocurre con el bautismo de niños. Entra dentro
de la esfera del conocimiento, de modo que el hombre "sabe" lo que
es encontrarse con Dios, como sabe de cualquier otra cosa que le ocurre.
Usted y yo somos en pequeño (exceptuando nuestros pecados) lo que Dios
es en grande. Habiendo sido hechos a la imagen suya, tenemos la facultad de
conocerle. Cuando estamos en el pecado, carecemos de ese poder, pero cuando el
Espíritu nos da vida en la regeneración, todo nuestro ser siente el parentesco
con Dios. Y gozoso se apresura a reconocerlo. Este es el nacimiento celestial
sin el cual no podemos ver el reino de Dios. Pero la regeneración, o nuevo
nacimiento, no es el fin del proceso sino simplemente el principio. Es el mero
momento cuando comenzamos la búsqueda, la feliz exploración que hace el alma en
busca de las inescrutables riquezas de la Divinidad. Es ahí donde comenzamos,
pero nadie puede decir dónde nos detendremos, pues las misteriosas profundidades
de Dios, Trino y Único, no tienen fin.
Mar sin límites, ¿quién podrá sondearte? Tu propia eternidad ha de
rodearte, ¡Divina Majestad'
El haber hallado a Dios, y seguir buscándole, es una de aquellas
paradojas del amor, que miran despectivamente algunos ministros que se
satisfacen con poco, pero que no satisfacen a los buenos hijos de Dios de corazón
ardiente.
San Bernardo se refirió a esta santa paradoja en un sonoro cuarteto que
comprenderán fácilmente aquellos que rinden culto a Dios con sincero corazón:
Gustamos de tí, santo y vivo pan
y ansiamos seguir comiendo aún más;
Bebemos de tí, puro manantial
Sin querer dejar de beber jamás.
Acerquémonos a los santos hombres y mujeres del pasado, y no tardaremos
en sentir el calor de su ansia de Dios. Gemían por él, oraban implorando su
presencia, y le buscaban día y noche, en tiempo y fuera de tiempo. Y cuando lo
hallaban, les era tanto más grato el encuentro cuanto había sido el ansia con
que lo habían buscado. Moisés se valió de que ya conocía a Dios para pedir
conocerle más: "Ahora pues, si he hallado gracia en tus ojos, ruegote que
me muestres ahora tu camino, para que te conozca, y halle gracia en tus
ojos" (Éxodo 33: 13). Y después se atrevió a hacer una solicitud aún más
atrevida: "Te ruego que me muestres tu gloria" (vs. 18).
A Dios le agradó este despliegue de ardor, y al día siguiente le dijo a
Moisés que subiera al monte, y allá le hizo ver toda su gloria.
La vida de David fue un torrente de deseos espirituales. En sus salmos
abundan los clamores del que busca y las exclamaciones del que encuentra.
Pablo afirma que el más grande deseo de su corazón era hallar a Cristo:
"y ciertamente aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia
del conocimiento de Cristo Jesús mi Señor, por amor del cual lo he perdido
todo, y tengo por basura, para ganar a Cristo" (Filipenses 3:8).
Nuestros himnarios tradicionales están llenos oí himnos que expresan el
gozo de los creyentes de antaño de haber hallado a Dios después de larga
búsqueda. Pero actualmente se cantan muy pocos de esos himnos. Es trágico que
dejemos la búsqueda de Dios a unos pocos maestros en lugar de realizarla cada
uno de nosotros Hacemos depender toda la vida cristiana del acto inicial de
"aceptar" a Cristo (una palabra, de paso, que no se encuentra en la
Biblia) y no esperamos que haya después ninguna otra revelación de Dios a
nuestras almas. Hemos caído en las redes de la falsa lógica que dice que si ya
tienes a Dios, no necesitas buscarle. Tal argumento se presenta como la flor y
nata de la ortodoxia, y se da por sentado que ningún cristiano instruido en la
Biblia cree otra cosa. Por eso hacen a un lado toda sincera y afanosa búsqueda
de comunión espiritual con Cristo, haciendo que los cultos sean meras
formalidades sin vida.
Rehuyen así la teología del corazón que experimentaron y experimentan
aún multitudes de santos, y aceptan una presunta interpretación de las
Escrituras que habría asombrado a Jesús y los apóstoles.
Reconozco que hay muchos todavía, en medio de esta general tibieza, que
no se conforman con esa lógica superficial. Pero se alejan llorando, buscando
algún sitio tranquilo donde orar diciendo, " ¡Oh Dios, muéstrame tu
gloria!" Es que quieren probar, tocar con sus corazones y ver con los
ojos del alma al Dios maravilloso.
Mi deliberada intención es estimular este deseo de dallar a Dios. Es la
carencia de ese deseo, de esa hambre, lo que ha producido la actual situación
de desgano, tibieza y desinterés en que está sumida la iglesia. La vida
religiosa, fría y mecánica que vivimos es lo que ha producido la muerte de
esos deseos. La complacencia es la enemiga mortal de todo crecimiento
espiritual. Si no sentimos vivos deseos de verle, Cristo nunca se manifestará a
su pueblo. ¡El quiere que le deseemos! Y triste es decirlo, él nos está
esperando a muchos de nosotros por mucho tiempo.
Cada siglo tiene sus propias características. Actualmente estamos en una
época de complejidad religiosa. Es muy raro encontrar la sencillez de Cristo.
Esta ha sido reemplazada por planes, métodos, organizaciones y un mundo de
actividades frenéticas que se llevan todo nuestro tiempo y atención, pero que
no satisfacen los anhelos del alma. La escasa profundidad de nuestra
experiencia, lo hueco de nuestro culto, y la manera servil como imitamos al mundo,
todo indica el superficial conocimiento que tenemos de Dios. Y que es muy poco
lo que sabemos acerca de su paz.
Si queremos hallar a Dios en medio de tanta aparatosidad religiosa, lo
primero que debemos hacer es encontrarlo a él, para luego seguir en pos de él
con toda sencillez. Hoy en dia, como lo ha hecho siempre, Dios se manifiesta a
los "niños'' y se oculta de los sabios y entendidos. Debemos allegarnos a
él del modo más sencillo, y para ello, debemos valernos de medios esenciales,
que son ciertamente muy pocos. Debemos evitar toda cosa que tienda a llamar la
atención, y acercarnos a él con el candor y la sinceridad de la niñez. Si así
lo hacemos, Dios no tardará en responder.
Cuando la religión ha dicho la última palabra, nada necesitamos sino a
Dios mismo. La mala costumbre de buscar a Dios junto con otras cosas, nos
impide hallarle a él mismo, y que nos revele toda su plenitud. Es en esas
otras cosas donde está la causa de nuestra desdicha. Si dejamos esa vana
búsqueda adicional muy pronto encontraremos a Dios, y en él hallaremos todo lo
que anhelamos.
El autor del clásico libro inglés The Cloud of Unknowing ("La Nube
de lo Desconocido"), nos dice como podemos hacerlo: "Eleva tu corazón
a Dios con amor humilde y sincero, y búscalo a él, y no a sus dones.
Piensa en Dios y busca solo a Dios, solo por lo que Dios es. Esta es la
obra del alma que más agrada a Dios!'
También recomienda el mismo autor que al orar nos despojemos de 'todo,
hasta de nuestra teología, pues ''basta la intención desnuda que se dirige a
Dios sin apelar a ningún otro recurso, sino dependiendo únicamente de
él." Por debajo de estos pensamientos descansa la verdad del Nuevo
Testamento, pues sigue explicando que "Dios te ha hecho, y te ha comprado,
y movido por su tierna gracia, te llama!' Lo que él quiere es la sencillez.
"Si queremos que se nos dé la religión envuelta y arrollada en una sola
palabra, esta una palabra de dos sílabas, que por su misma pequeñez concuerda
con la obra del Espíritu. Esta palabra es AMOR!'
Cuando Dios dividió la tierra de Canaán entre las tribus de Israel, Leví
no recibió ninguna porción. A esta tribu Dios le dijo simplemente "Yo soy
tu parte y tu heredad" (Números 18:20). Y por esta palabra Leví fue más
rico que ninguna de las otras tribus, y que todos los reyes del mundo. Aquí hay
un principio espiritual que continúa en vigor en el Nuevo Testamento.
El hombre que tiene a Dios por su posesión, tiene todo lo que es
necesario tener. Podrá carecer de todos los tesoros materiales, o si los posee,
estos no le producirán ningún placer especial. Y si los ve desaparecer, uno
tras otro, apenas podrá sentir la pérdida, porque teniendo a Dios tiene la
fuente de toda felicidad. No importa cuántas cosas pierda, de hecho no ha
perdido nada. Todo lo que posee, lo posee en Dios, pura y legítimamente para
siempre.
¡Oh Dios! He probado tus bondades,
y a la par que ellas me han satisfecho, me han dejado sediento por más.
Reconozco que necesito más y más gracia. Estoy avergonzado de mi falta de
interés. Oh Dios, Trino Dios, quiero tener más vivos deseos de tí; deseo que me
llenes de esos deseos; quiero que me des más sed de tí. Te ruego que me hagas
ver tu gloria, para que pueda conocerte mejor. Comienza dentro de mí una nueva
obra de amor. Dile a mi alma, "¡Levántate, oh amiga mía, hermosa mía, y
vente conmigo!" (Cantares 2:10 V.M.) Dame la gracia necesaria para que
pueda levantarme y seguir en pos de ti, elevándome por encima de esta tierra
baja y nublada donde he andado errante tanto tiempo. En el Nombre de Jesús,
amén.
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